sábado, 24 de marzo de 2012

El pasado

La construcción de los decks fue un desafío. No teníamos dinero para encargarlos, nos asombraron los presupuestos que nos dieron. La necesidad nos llevó a Mocoretá, una maderera que se encuentra sobre la ruta 5 casi llegando a la ciudad de Córdoba. Llevamos los planitos hechos en alguna hoja de cuaderno, nos ayudaron con las medidas, el cálculo de la cantidad de madera, la calidad de las mismas. Los tirantes de anchico, bastante cara y dura, ya lo sabríamos a la hora de ponerle clavos, las tablas de pino con el borde redondeado, aunque sin el tratamiento contra la humedad y los bichos, muy caras. Las llevamos en la Traffic hasta La Rancherita. Los pilares de eucaliptus, también al natural, por ser más baratos, se notará que el dinero no era demasiado abundante en aquel momento.
Los pozos, difíciles de hacer en aquel terreno rocoso fueron encargados a Coni, un lugareño que conocimos en Los Aromos, ducho en el arte de la barreta para romper la piedra. Pintamos con brea las puntas y así fueron enterrados con cemento. Después con la motosierra hicimos los encastres, varilla roscada, tuercas, sujetaron la estructura, y después a clavar. Alvarita me sorprendió por el manejo del martillo, clavos espiralados de pulgada y media armaron los pisos clavando las tablas de pino al anchico. Una vez que le tomamos la mano, no parábamos de clavar, mezcla de orgullo y de furor constructor nos poseían. El trabajo nos unía todos los días, no lo expresamos con palabras, se sentía en el cansancio, el la cena, en el vino con que chocábamos los vasos. La palabra, reitero, orgullo.
Recuerdo que Coni vino, uno de esos días, con su mujer y su hija pequeña, en un caballo, el que usaba todos los días para hacer los 7 u 8 kilómetros que hay hasta su casa, hizo un asado en un rincón del terreno, y ahí comieron sentados en las piedras los tres, rechazó toda oferta de cubiertos o comida. Otros días comimos juntos, los tres, en la cabaña. Nos contaba recuerdos de su niñez, conservo aquel relato en el que su padre enterraba una cabeza de vaca envuelta en mucho diario, rodeada de brazas de carbón, que al cabo de unas horas desenterraban, lista para comer.
Los vecinos, el turco el más renombrado, se acercaba, miraba el avance de los decks, tal vez asombrado por tanta energía.
Se nos ocurrió hacer el necesario cartel, "cabañas". Faltos de experiencia, buscadores de eternidad, compramos una buen trozo de algarrobo. Dibujamos el contorno de las letras y con formones de varias medidas, nos dimos a la durísima tarea de cavar la madera. No avanzaba el cartel con el correr de las horas. Probamos marcar las letras con la motosierra, avanzamos aunque siempre lenta y trabajosamente. Dijimos que el cartel era "yústico", la manera en que el carpintero boliviano pronunciaba rústico, y porque realmente es el estilo del cartel que tal vez todavía esté sobre la calle Santa María en el sector del arroyo. Pesado, tan pesado como eterno, con sus letras amarillas en el bajorrelieve tosco y bebedor insaciable de pintura.
Eran días de ropa de trabajo, de caras y manos manchadas con pintura, de compras apuradas, de sueños pesados, de calambres. Descubrimos que el hielo era enemigo de los calambres. El problema es que dormíamos en la parte alta de la cabaña de troncos, así es que el que ayudaba al acalambrado debía tener mucho cuidado al bajar presuroso las escaleras hacia la heladera, subir en la oscuridad, colocar la cubetera y de poco retornar al sueño,a veces mojado el colchón por los hielos derretidos. Era la primavera del año 2005.
Escribo para tener memoria, para guardar recuerdos, el pasado está siempre presente en nuestro recuerdo, hay que cuidarlo con apuntes, con párrafos que lo conserven. Todo aquello cotidiano es un tesoro, no digo a conservar, mejor, a mantener vivo.
Eso, el pasado vive, y nosotros vivimos en él, en ese pasado estamos juntos y así seguiremos, el pasado es la eternidad, no morirá.
Tiempo antes, a partir del otoño de 2003, iniciamos el desmonte del terreno lindero al arroyo. Compramos una motosierra Powlan, no era la mejor, mucho tiempo después pudimos acceder a una Stihl, parece que hago publicidad. La cosa es que comenzamos a cortar árboles a nuestra manera, sin parar. No éramos muy duchos en eso de talar, así es que más de una vez los troncos nos pasaron cerca de la cabeza y nos caímos con la motosierra encendida, lo primero siempre fue motivo de fuertes enojos por parte de Alvarita, "me querés matar, no te das cuenta de lo que hacés, sos loco", pongo por ejemplo, lo segundo motivó la risa permanente en lugar del enojo. Sucedió que cuando me caí con la motosierra, también se me cayeron los pantalones, quedé en calzoncillos. La Rancherita es un lugar solitario, pero aquella vez muchas señoras gordas estaban en la otra rivera del arroyo y me vieron. Lo cual alegró durante muchos días y años a Alvarita.
Aprendimos en aquellos tiempos que no se deben quemar las pelotitas de los paraísos, son altamente tóxicas, la que se reía de mis pantalones caídos se enfermó bastante a causa del humo.
Amigo de recordar fechas: el 27 de marzo de 2003 llegamos a la vivienda transitoria en Los Aromos, el 3 de octubre nos mudamos a la cabaña de troncos en La Rancherita. En ese tiempo, además de hacer los trámites para habilitar la camioneta para turismo, trabajábamos intensamente en el terreno, Fabrizio y Rodrigo construían nuestra cabaña, todos regresábamos muy cansados a casa, junto al río Anisacate, en el balneario Los Patos.
La muerte de la Yarará; Alvarita, conductora de micros; la compra del dvd; los viajes de turismo; incendio en La Rancherita; los primeros tiempos en Cañuelas; La casualidad; conocerse por chat; El volver; mucho pasado para hacer presente.
Hoy es 27 de marzo de 2012, hace 9 años llegábamos a vivir a Los Aromos. Graciela y Tatiana se ocupaban en descargar cosas de la traffic, en cambio fui al río Anisacate, sólo había que caminar unos 50 metros, la cabaña estaba sobre la playita del balneario Los Patos, sorprendido por el cambio, acalorado, no podía dejar el agua, las llamaba a los gritos, ellas decidieron seguir con la mudanza. Lo lamentaron, llovió durante dos días a partir de esa noche. Almorzábamos en el deck de la cabaña, mirando el agua, la arena, Fidel a veces se escapaba, no lejos pero como siempre me preocupaba que se perdiera.
Hacía un mes escaso yo dirigía una escuela, Graciela se aprestaba a tomar el máximo de horas titulares en secundaria, hacía un mes escaso la vida era otra, ahora se abría un mundo impredecible, inestable, cargado de sorpresas, un mundo que no gobernábamos, desconocíamos las nuevas reglas, los horarios, los lugares, las direcciones, no teníamos teléfonos en la nueva agenda. El miedo era inevitable, tanto como lo imposible del regreso.
En 2004, sufrimos un importante revés económico, nuestra fuente segura de ingreso, nuestro inquilino de la casa de City Bell, dejó de pagarnos el alquiler, sin previo aviso, sin dar explicaciones, sin una llamada. Intentamos comunicarnos a su teléfono, a su celular, finalmente acudimos a llamarlo a su empresa minera radicada en Valcheta, Río Negro. Los empleados que nos contestaban decían que no sabían nada de él, uno me dijo una vez que Carlos, tal el nombre del sujeto incumplidor, les debía sueldos atrasados, que hacía tiempo no tenían señales de él. Cuando lo puedimos ubicar, nos explicó que tenía un deudor del extranjero, que ni bien le pagase saldaría la deuda. Pasaban los días, nuestros duros días. Otra vez el relato cambió penosamente, se estaba separando, que debíamos darle tiempo. En pocas palabras un estafador nato.
Una tarde nos llegó, por correo, el resumen de cuenta del Banco Río, el mismo que tenía atrapados en el corralito los ahorros de Graciela. Anunciaban la venta de varios objetos, entre ellos un reproductor de dvd, que se pagaba en cómodas cuotas de 16 pesos, 48 cómodas cuotas de 16 pesos. Ella tuvo la idea de comprarlo, para darnos una alegría, tal vez fueron sus palabras textuales. Concretamos la compra por teléfono, a los pocos días llegaba un camión de Andreani, conducido por un señor molesto por hacer tan pequeño mandado al medio de las sierras.
Alquilamos algunas películas, no muchas, no teníamos mucho dinero y el viaje a la ciudad era en ese momento calculado a fin de aprovecharlo con la compra de alimentos.
Tuvimos la alegría de ver películas muy buenas, las alquilábamos en el mejor video de Alta Gracia, Mi video club, regenteado por "el viejo", quien se jactaba de tener más de quince mil títulos. Al tiempo íbamos al local con listas de películas de directores europeos poco conocidos, aquel se enojaba al reconocer que no tenía tales o cuales títulos. Esos desafíos nos sirvieron para desear el libro que sacaba de abajo del mostrador a fin de darnos a conocer la ficha técnica, artística, y todo detalle de la película que solicitábamos. Queríamos tener ese libro, él quería tener la película.
En el verano de 2004 nos visitaron Iván, Florencia, Sofía y Malena, ésta última de meses. Nosotros caminábamos mucho, el trabajo con el transporte en la colonia había mermado, dado que en noviembre de 2003 nos enteramos que otro transportista tenía la exlusividad de los viajes. Creo que el 20 de enero nos llamó y nos dio el "permiso" de sacar viajes del lugar, la Federación de Trabajadores Municipales de la Provincia de Buenos Aires, en La Serranita. Esos dos primeros años fueron tan duros como creativos, aprendimos a editar un video con películas y musica promocionando nuestros servicios turísticos. No teníamos telefonía fija, el celular tenía poca señal en las sierras. El aparato era un celular motorola, una especie de enorme agenda en la que había un teléfono enorme con su batería inútil, razón por la estaba conectado a una batería de auto, a su vez conectada a un cargador de batería conectado a 220v. Un engendro impensable. Aclarar que no había internet está demás.
Hoy es 31 de marzo de 2012, estuvimos un largo rato muy tristes. Después hicimos planes, vender las cabañas, comprar una casita en La Plata, fabricar cerveza, vivir juntos, como hasta ahora, sin tantos compromisos de trabajo, más livianos, menos preocupados, mucho menos ocupados. Leer, mirar cine, escribir, hacer cerveza, la roja es la mejor, vivir.
¿Cúantas veces morimos y renacemos? Hoy tuvimos una mañana nerviosa, llena de espanto, de gestos de dolor y de impotencia. Como animales acorralados por un peligro definitivo, sin posibilidad de esperanza, reducidos a torpes reflejos de defensa, caminatas nerviosas en escasos metros, torpes irrupciones en lugares prohibidos, palabras innecesarias, rechazadas, nos dejamos llevar, cansados, sin oponer resistencia, a una sala de rayos, a una camilla, a unos procedimientos de curación, una punción dolorosa, nos dejamos llevar sin saber si nos esperaba una salida digna.
Pocas horas después de aquellos pasajes nos encontrábamos en casa chocando los vasos, mirándonos a los ojos, con la posibilidad de comer juntos sin temor al dolor, con un almuerzo infantil, patys casi completos, queso, jamón, tomate y papas fritas de paquete, emparedados con pan tostado en el horno, un vaso con vino casi bueno, otro con cerveza negra stout elaborada por nosotros el 12 de diciembre, lista para consumir el 30 de enero, servida hoy 2 de abril. Nos encontramos en casa cumpliendo del deseo de Graciela en las primeros momentos de hospital, quiero estar en casa, quiero estar en casa, ese deseo que mandaba dejar rayos, incumplir la cita en cirugía, desandar el camino hasta el auto, volver a la cueva, volver al íntimo silencio, abrazo, dolor, caricia. Escribo para revivir, para no`perder memoria, también de hechos simples, la compra del auto, el 4 de abril del 2011, hace hoy un año.
Nuestro primer encuentro fue en Parque Lezama. La cité en el monumento a Garay, a eso de las 19.30 de un viernes, creo. Pasó un rato que me pareció largo, ella no llegaba, pensé que no vendría, la noche templada hacía que la espera fuera más llevadera, me extrañaba su ausencia. Ya no la esperaba cuando apareció por detrás del banco en el que estaba sentado, me preguntó "Sr, no sabe dónde está la estatua de Garay". Gardel era el nick que yo usaba para chatear con ella en inforchat, el de ella era Gitana. A la tarde, junto a su prima Lola, había recorrido el parque para tantear el terreno de la cita, no encontró el monumento a Garay. Nunca lo encontraría, era Mendoza el inmortalizado sobre la esquina de Defensa y Brasil, mi confusión histórica fundacional fue motivo de risa, yo, el porteño, en un error tan propio de un visitante del interior, por no decir paisano, palabra que a ella le molestaba, a ella, nacida en La Pampa, criada en Bolivar, molestia jocosa que permitía burlarse de mi porteñez desinformada.
Nos cruzamos al bar Hipopotamus. Confiado pedí, cuando se acercó el mozo, "traiga una Quilmes". Ella preguntó si no habría otra cosa, Heineken por ejemplo. En los años siguientes cuando recordábamos el encuentro yo decía: ahí comprendí que nuestra relación me saldría cara. Gold Leef en lugar de Jockey Suaves. Hasta Tota, la presidente de cooperadora de la escuela me aconsejaba, Ricardo si no se viste un poco mejor va a perder a esa mujer.
Varios encuentros en ese bar se sucedieron en noviembre y parte de diciembre, en el último anuncié mi estadía acostumbrada en Córdoba, un mes, todo enero. Quedamos en vernos, a propuesta mía, el 3 de enero, en la estación de micros de Santa Rosa de Calamuchita.
Una fecha lluviosa, como llovía antes en las sierras, diluviando. A las seis de la tarde me senté en el único bar de la terminal, lugar con poca armonía y con menos estética, un lugar para llegar y partir, hóstil hasta en las mesas de fórmica en la que se apoyaba la tónica que tomaba en la espera. Cuando llegó había dejado de llover, el sol levantaba el vapor serrano que deja una humedad insoportable en la piel, en el pelo. Le iba a preguntar qué quería tomar, "adónde podemos ir a tomar algo", manera de invitarme a salir de la terminal, razón tenía.
Tomamos cerveza y comimos tostados en un lugar aceptable, en una mesa en la vereda, en la calle principal de Santa Rosa. Hablamos mucho, siguiendo la costumbre de Hipopotamus, quedamos en cenar con su prima, compañera de viaje de la incursión a las sierras después de aquella de su infancia.
Ayer ella recordó una parte de este poema.
"Amor constante más allá de la muerte"
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Reconstrucción de una escena del encuentro en las sierras: ella llegó primero y esperó en esa mesa de fórmica, tomaba un café, totalmente empapada, el cabello, la ropa, propuso ni bien me acerqué a la mesa dirigirnos a un otro lugar, sin explicar las razones que estaban a la vista, la terminal de Santa Rosa no es un lugar para estar. Le dije que conocía uno, que me siguiese con su auto, así llegamos a ese lugar que ella del que ella hoy no recuerda detalles, salvo el hacer estado sentados en una mesa de la vereda. Cuando nos despedíamos me propuso cenar los tres, acepté, pasé a buscarlas a las 21, pensaba invitarlas a un lugar junto al río en el que se comía lomito, algo típico en Córdoba. Ella había elegido, apenas nos despedimos, un lugar frente a la capilla, un restorán a mi juicio elegante. Comimos lomo y tomamos vino tinto. Con Lola acordamos que el amor era una fuente de dolor, ella no estaba de acuerdo, hasta creo que se enojaba con la idea de que amar a otro trajese desdicha, sabía que esos dichos eran una provocación, una manera de decirle vamos a probar lo contrario, el amor es también alegría, o mejor el amor es dolor y alegría. Alegría por gozarlo, tenerlo; dolor, por la certeza de su final.
Nuestro próximo encuentro sería en febrero en Monte, cerca de la laguna. Llevó un termo con café, tomamos sentados en el pasto, fumamos, hablamos, estábamos deslumbrados por la posibilidad que se abría, la de necesitar estar juntos.
Alguien dijo: está la vida y está el pensar sobre la vida, que es otra manera de recorrerla. Ese es mi fundamento de escribir memorias. Hay un sujeto que vivió, hay otro que recuerda y registra lo que el primero vivió, ese fenómeno es el que me lleva a este acto de escribir. La vida se ha vivido, como no puede ser de otra manera, cronológicamente, con una secuencia lógica de actos, hechos, acontecimientos, encadenamiento de causas y resultados. La memoria se mueve aletoriamente, rescata sin orden, fluye sin dirección precisa, no se mueve por las calles o avenidas de una ciudad, sino que se materializa en diferentes lugares sin necesidad de trayectos.
Las cosas, un auto, una casa, una carta, unas vacaciones, mueven el dispositivo. Somos lugares, objetos, personas, afectos, estamos hechos carne en el mundo, el mundo es nuestra carne.
Hoy caminé por la diagonal 74, doblé en la avenida 7, buscaba comprar una cartera, o algo semejante para reemplazar su riñonera, la que tiene la inscripción de Banco Provincia de Buenos Aires. En la primera casa de venta de marroquinería me detuve, miré la vidriera, encontré algo que me interesó, no era una cartera grande sino una pequeña, cuadrada, con cuatro bolsillos, con una correa larga, marrón. Me pareció práctica para llevar documentos, llaves, el teléfono. Entré, la empleada, una mujer grande no tardó demasiado tiempo en darme la razón, ese y no otro era el artículo que me convenía, y sino lo puede cambiar, me dijo. Mientras regresaba con la pequeña cartera me convencía más de lo acertado de la elección, después de todo no era algo caro, ni para lucir en salidas, o con ropa cara, era simple y práctica. Además sabía que por piedad ella no me diría que era algo horrible, lo aceptaría valorando el gesto, casi heroico en mi de comprar un regalo, en especial una cartera. En oros momento quizá se hubiese reído por la compra, ahora no, tal vez le daría ternura pensarme caminando con la bolsita.
Antes de comprar el obsequio, recordé detenerme en una farmacia para comprar crema para los masajes en su espalda y pies.
Sigue siendo extraño caminar solo, muy extraño, camino sin caminar, es alejarme del departamento, es regresar en poco tiempo. Hace varios días que no manejo el auto, no tengo adonde ir. Es tan inútil tener un auto cuando no se tiene adonde ir, nunca me había pasado, nunca en toda mi vida desapareció el deseo y la obligación de estar en otro lugar.
En nuestros encuentros en el chat, ella Gitana, yo Gardel, le recomendé mirar Milagro en Milán, nunca entendí que no le gustara, aún hoy no lo entiendo. Ella trabajaba en una escuela de cine dando clases de literatura argentina, cuando vivimos juntos en Spegazzinni, traía los vhs de la videoteca de la escuela de cine. Con los años aumentó nuestra cinefilia, llegamos a tener casi 1500 películas, la mayoría clásicos, cine de autor, independiente, obras de directores desconocidos en argentina. El último lo descubrió ella en las sierras en noviembre de 2011, Sharunas Bartas, húngaro.
Hace dos años organizamos un ciclo de cine en La Plata, el director elegido: Fassbinder. Cantidad de proyecciones: una. Cantidad de asistentes: un varón y dos mujeres, una de ellas la hija de Graciela. Frente a tanto éxito cancelamos el ciclo, y eso que lo promocionamos a través de una entrevista que nos hicieron en una radio del lugar en el que hicimos el intento. Muy simpático.
En el primer y único encuentro proyectamos Todos nos llamamos Alí. Para el segundo teníamos planeado ofrecer Viaje a la felicidad de Mamá Küster, no fue nadie.
Lo valioso de la experiencia fue descubrir la necesidad de tener un proyector y una pantalla, qué maravilla ver cine de esa manera, deberíamos haber comprado el equipo.
Si hoy pudiésemos vender el complejo de cabañas, si pudiésemos seguir la vida creo que no trabajaríamos, compraríamos una casa pequeña cerca del bosque con el suficiente lugar como para fabricar cerveza, y un pequeño fondo con algo de verde. Si pudiésemos seguir la vida, viviríamos de otra manera, más despreocupada del trabajo.
Nos falta tanto para hacer, tanto para mirar, para hablar, tanto. Cuando uno encuentra en la vida al interlocutor válido, la vida debería ser muy larga, darnos tiempo para seguir dialogando, mucho tiempo. No es fácil encontrar un interlocutor válido, no es justo perderlo. No tenemos que perdernos, vamos a escapar de la gracia de dios.
Ayer ella dijo este poema:
Explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome. Alejandra Pizarnik
Es la síntesis del dolor, lo imposible.
Obsesivamente, en los días que transcurren, leí parte, pequeña parte de la vida de Pizarnik, biografías, entrevistas, crítica de su obra, se abrió una puerta que desafía las horas del dolor, que acompaña.
Uso la palabra obsesivamente con intención. Ella, en ciertos momentos, con amor y humor, me dice "Obse". Descubrir que la ingesta diaria de avena es buena para la salud, puede llevarme a hacer de ese cereal la alimentación exclusiva, durante varios días, claro hasta que me canso. Si caminar es bueno, pongo horarios fijos para salir a caminar. Conductas que a ella le divierten mucho, de la misma manera, mucho, son rechazadas en tono enojoso-cariñoso. Códigos, un idioma construido a lo largo de los años.
Hoy recibí correo de mi amigo de Mones Cazón, escribe semanalmente, nos desea fuerza, tiene fe.
En el otoño de 2001, luego de nuestro encuentro en la laguna de Monte, la relación se hizo más intensa, los llamados, las visitas a su casa de City Bell. Sucedía que algunas noches luego de hablar largo rato por teléfono, ella me invitaba a su casa, allá iba en mi vieja F 100, muchas veces me encontraba demorado porque la autopista a La Plata se encontraba cerrada por piquetes de manifestantes. Eran momentos duros, premonitorios de la crisis de diciembre de ese año. Alguna que otra vez regresaba sin haber podido llegar a destino, regresaba a Villa Celina. Entre City Bell y La Plata hay unos 70 kilómetros.
Cuando maduró la idea de estar más tiempo juntos propuse que yo alquilaría un departamento cerca de mi escuela, en Carlos Spegazzinni. Ella me visitaría los fines de semana, desde el viernes hasta el domingo, el fin de semana juntos. Si ella deseaba compartiríamos ciertos gastos. Creo que yo había visto alguna película francesa en la que ella llegaba a una casa de campo, la de él, llegaba en un Clío. El perro , un basset, saldría al encuentro, ella con baguettes en la mano y una botella de vino; él la mira por la ventana de la viaja casa, está cortando queso y fiambre sobre una tabla mientras en la olla se cuecen unos calamares, sale a su encuentro, el perro les salta, se abrazan, entran en la casa, comienza a llover suavemente, la cámara se levanta y se ve salir el humo de la chimenea. Corten. Claro, el problema es que ella no había visto mi película, su respuesta fue rotunda: juntos o nada, qué es eso de que yo vaya los fines de semana. Así fue.
Nuestra primera casa en Cañuelas tenía, debe tenerlo aún, un cartel de mayólica en una de las columnas de entrada: La Casualidad. La de haber entrado aquella noche en el chat, la de haber prestado atención a su diálogo, la de haber construido el rito nocturno de los encuentros. Casualidad, es el nombre que le damos a las causas que desconocemos. Sabemos que los relatos tienen más de una versión. El motivo por el cual le propuse vivir juntos todos los fines de semana, que luego serían todos los días, fue el precio del combustible; dice su relato que yo permanentemente decía a quien quisiese escuchar y a quien no quisiese también, la cantidad de litros de gas oil que gastaba mi camioneta desde Villa Celina a Cañuelas, el precio de cada litro, la cantidad de kilómetros, el costo de los peajes, el tiempo del viaje, entre otros detalles que quitaban romanticismo a la cosa. Es cierto, yo mencionaba esos hechos cotidianos. Aunque los dos relatos no se excluyen, más bien se complementan, yo quería vivir los fines de semana con ella, ella quería vivir todos los días conmigo, tiene razón cuando dice que aquella película francesa, que yo tenía en mente, es bastante mala, inverosímil y básicamente nada vital. "Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí" dice esa hermosa canción. Igual, la escena me gusta, y también quería vivir todos los días con ella.
Cuando levanté un trozo de leña vi a la víbora, enrollada sobre sí misma, con la cabeza erguida, mirándome, despertada de un sueño de invierno. La idea de acumular leña debajo de la cabaña no era buena, leña apoyada en la tierra, leña seca al resguardo de la lluvia, leña no de calidad pero útil para que la salamandra calefaccionara con bríos, llegaba a ponerse blanca por la temperatura que alcanzaba, tanta que en el dormitorio de la planta alta hacía calor, tanta que dormiamos con la ventana entre abierta. La víbora no se movió durante segundos elásticos como minutos, como horas. Corrí a buscar el revolver que me había vendido Tota, un viejo revolver calibre 32 largo, marca Tango, eso junto a una caja completa de balas. Dos veces lo había disparado, una de prueba en la casa de la vendedora, el marido me llevó al fondo y me invitó a tirar a la tierra, en el parque del vecino. La otra vez fue en Los Aromos, accidentalmente se disparó, el plomo quedó atrapado en el piso de pino.
Le apunté a la víbora con cuidado, estaba a unos dos metros, en la misma posición. Le disparé una, dos, tres, cuatro veces, acusaba los impactos moviendo el cuerpo pero no se caía del todo. Le disparé el quinto plomo, apenas se recostó como para seguir durmiendo. Tomé una vara larga y la toqué, se movió como si despertara nuevamente, pero ahora enojada por la interrupción. La arrastré con la vara, se retorcía, intentaba defenderse ahora de los golpes que le daba en la cabeza.
Cuando la colgué de una rama del olmo, frente a la cabaña, conté los cinco plomos que tenía en el cuerpo, inútiles para matarla, ninguno le había dado en la cabeza. Su muerte llegó a los golpes, no a balazos.
"Ahora las ratas están de fiesta", fue el simple comentario del Valo que detuvo su caballo frente al cuerpo colgando. Imaginé el reproche, "no las mate, cuando vea una me llama y la llevo al monte". Sencilla lección de equilibrio ecológico. Pensé en las ratas, había cometido un error.
La llamé para comentarle los extraordinarios sucesos, encontrarme cara a cara por primera vez con semejante bicho, dispararle, matarla a palos, el rezongo del paisano. Ella estaba terminando el curso de conductora de micros de media y larga distancia, por la tarde la iba a buscar a la ruta, dos kilómetros de la cabaña. Esa noche hablamos de las anécdotas de sus compañeros choferes, de la matanza de serpientes, del desequilibrio ecológico, de los retos del lugareño, tal vez exagerados para morder la conciencia del criminal, hablamos, comimos, tomamos, hablamos, era tal vez principios de noviembre de 2003, me pregunto por qué hacía frío, o era leña para cocinar la que buscaba. Los recuerdos a veces se contradicen, la memoria los jaquea, los pone en línea, pero ellos tienen su versión, otra forma de revivir el hecho, y por qué no aceptarlo si en suma ganamos imágenes, fotos, movimientos, supuestos, vida que le dicen. Y bueno, era para hacer un asado entonces. Y habremos tomado vino, y jugado, y sido felices con asombro y con el latente miedo que nos daba el futuro, miedo que no nos confesábamos, que nos llevaba al abrazo fuerte de las noches.
Hoy es 15 de abril de 2012, cumpleaños de Damián, hijo de Graciela. Nos han visitado Iván, su otro hijo varón, sus hijas Sofía y Pía, Malena de cumpleaños, no vino. Damián vino con Florencia, su mujer, y su hijo Benjamín. Todos ellos con mucha vida por delante, nosotros con mucha vida por detrás. Tatiana ha llamado.
Suenan sirenas, voces desde los departamentos cercanos, una música que se confunde con el ruido del ventilador, es domingo, va llegando la noche, la noche de un día de sol, cálido, esos días en los que la gente camina o corre por el bosque, visitan el zoo por enésima vez, comen en los puestos al aire libre, aprenden a manejar, pedalean sus bicicletas, se sientan o acuestan sobre el pasto, abrazan a sus parejas, hamacan a sus hijos, un día que no se repetirá, tan semejante pero tan diferente a los demás, un día que ya no puede ser encontrado, un tesoro perdido.
Debería haber comprado aquella guitarra silenciosa para practicar sin molestar, era muy cara. En cambio vendí la Yamaha electroacústica, guitarra sajona, las cuerdas de acero y el diapasón angosto nunca me dejaron tocarla con comodidad. Compré esa guitarra en un local de Villa Lugano, en 2001, cuando vivía en Celina, en la casa de mi madre. La llevé a City Bell para mostrársela a Graciela, luego fueron pocas las veces que la usé. Con el dinero de la venta $1500 pesos, compré una guitarra clásica también Yamaha, el modelo C40, acaso la más barata de la línea, 800 pesos. Puedo tocar con facilidad. Allá en la casa de La Rancherita quedó otra guitarra clásica, el modelo CG100, de más calidad, y una guitarra con cuerdas de acero, tipo Ovatión, tan barata como incómoda. Por qué se me habrá ocurrido comprar esta armónica en Fa mayor, si no me gusta el sonido, jamás la use, no se cómo hacerlo, no me interesa saber.
¿Alquien quiere que le regale una armónica? La próxima vez que salga con el auto, cuando me paren los que limpian parabrisas en la calle 1 y la diagonal 74, se la regalaré al primero que venga con el limpiador en la mano. Tal vez resulte un buen armonista, ¿se dice así?.
Siendo director de la escuela 8 aprendí una estrategia para dar ciertas indicaciones, estrategia que enmascaraba la orden, la jerarquía, acortaba las distancias, sumaba el esfuerzo de los otros sin resistencias: reflexionar en primera persona del plural. Por ejemplo, si el patio estaba sucio luego de un recreo y pasado un lapso prudente no era limpiado, me asomaba a la puerta de la galería desde el cual se veía la mugre, pasados unos minutos un auxiliar se acercaba preguntarme si necesitaba algo, yo le decía: tendríamos que barrer el patio, nos ha quedado tremendo luego del recreo.
No fallaba, al rato un par de porteras barrían, el espíritu solidario y mancominado se había impuesto a los mates y a los pastelitos de la cocina, verdadero bastión del personal no docente. Lo mismo se practicaba con el personal y daba resultados.
Cuando, inconscientemente hice lo mismo con Graciela, en nuestra primera casa de Cañuelas, no me dio resultado, por el contrario el juego fue rápidamente puesto en evidencia: ah, no, acá no estás en la escuela chiquito, acá no sos director.
Hoy es 17 de abril de 2012, cumpleaños de Iván, quien trajo comida de Oliverio a casa;comimos Iván, Tatiana, Graciela y yo.
Ella me dijo hoy: yo solo quiero vivir para vivir con vos, nada más, caminar, viajar, dormir, hablar, pensar, comer, beber, vivir con vos. Y yo con ese sentimiento me siento completo.
En su pueblo, Bolivar, o mejor dicho en el lugar en el que ella se crió, había un cine que pasaba, todos los miércoles, películas en continuado. Seguramente el cine estaba abierto muchos otros días, ella recuerda la cita de los miércoles por lo que ese es el día en que el cine abría sus puertas a los niños y adolescentes de Bolivar.
Toda la ola de westerns, películas de vaqueros, la envolvió en los primeros años, ola con espumas del italiano, del americano, con sangre de indios, flechas, diligencias, dólares marcados, Giuliano Gemma, John Wayne y horas señaladas. Otra época de aquel imagino pintoresco cine, estuvo marcada por la proyección de cine nacional, y no cualquier cine nacional, nada menos que el dominado por Palito Ortega, Club del Clán, Sandro, Johnny Tedesco y demás personajes propios de Almodóvar. Ella a veces me sorprende con canciones, si es que se le puede llamar de ese modo a esos engendros, con unas letras tan absurdas e hirientes al buen gusto como la peor de Alex de la Iglesia. Es decir, que sin saberlo, aquellos intérpretes increíbles y otros tantos, inauguraron el bizarro en la música argentina, por lo que se deduce que cualquier engendro, pasado cierto tiempo se convierte en objeto de culto, como el cine clase B de Roger Corman, ejemplo "El pulpo de la laguna negra". Letras que dicen: "yo no quiero media novia, novia entera quiero yo", "alegría, tengo el alma llena de alegría, por eso canto y río todo el día, que es la forma más sencilla de mostrar felicidad". Rían, rían tranquilos, es sólo una muestra. Una más que merece compartir: "de chico quise tener una casa con pileta, pero yo me equivoqué y acá estoy en bibicleta", el coro de la misma dice: "yo me equivoqué, yo me equivoqué, cuídese compadre pa´ que no le pase a usted. Cuando me río de semejantes obras, ella me dice: viste que vos tenés en la cabeza datos pelotudos, bueno, yo tengo datos ridículos.
A Caballito, pleno corazón de Buenos Aires, no llegaban esas olas de cultura. Regresábamos desde la ciudad de Córdoba hacia Los Aromos, al día siguiente nos mudábamos a La Rancherita. Las columnas de humo que se veían ya desde Alta Gracia, a 15 kilómetros de la cabaña de troncos, el color verdoso y amarillento del cielo hacia el sur, eran angustiantes, me hicieron anunciar, fiel a mi estilo catastrófico, ese incendio es en La Rancherita. Ella me dijo, siempre el mismo tremendista, o algo parecido, seguro algo diferente pero con el mismo sentido. Llegando a Los Aromos fue evidente que el incendio era en el lugar anunciado por el pesimista, el lugar en el que habíamos depositado nuestras ilusiones, nuestro nuevo hogar, prosaicamente digo también, todo nuestro dinero. Cuando llegamos al arco de entrada de la comuma, a la altura del km 44 de la ruta 5, encontramos muchos vecinos, algunos habían dejado sus casas en el interior de la villa, el fuego estaba cerca del balneario, en el corazón del lugar, cerca de la cabaña, en nuestro corazón, justo en su centro. Ella decidió quedarse en la entrada, yo entré con la Traffic, el fuego, en algunas curvas del camino de entrada, ese camino de 2 kilómetros que ahora parecían cientos. Llegué a la cabaña, el fuego estaba a unos 200 metros, el color del cielo, nunca visto, el humo negro, el intenso calor, la desesperación, la impotencia, el sonido furioso de los árboles estallando, literalmente. Estar en medio de un incendio es una experiencia intensa, final. Decidí sacar la camioneta a la ruta, la salida fue peor que la entrada, lenguas de fuego se cruzaban en el camino, cerré los vidrios, salí a toda velocidad, cuántas veces morimos, cuántas curvas, cuántas veces vemos el final del camino, cuántas pendientes, cuánta soledad. Cuando llegué, Graciela estaba sentada junto a otras personas en una pared baja, lateral al edificio de la comuna. Creo que no hablamos, no hablamos con palabras, nos miramos, tantas miradas que nos unieron, esta era de espanto. Jorge Heuman, un vecino se detuvo debajo del arco, casi invitándome a entrar nuevamente a la villa. Subí a su vehículo, un viejo rastrojero con caja de madera, despintado, gris. Viajamos los 2 kilómetros sin hablar, se detuvo en la esquina, sus únicas palabras fueron, si el fuego llega no te hagas el loco, bajá al arroyo, a ese arroyo que estaba pleno de agua, con sus chorros de agua cruzando el vado, esos chorros en los que apenas unos meses antes, como turistas, nos masajeaban la espalda, esa agua abundante que nos invitó a emprender esta aventura en las sierras. Corrí media cuadra hasta la cabaña, no sabía qué hacer hasta que se detuvo una camioneta roja, era el presidente de la comuna, Alejandro, rápido dio una sola instrucción: agarrá la manguera y moja las paredes, las paredes de troncos macizos, las paredes resinosas dispuestas a explotar, la cabaña como un montón de maderita apilada, una enorme caja de fósforos con techo de chapa. La manguera era de media pulgada, el agua que salía era escasa, el chorro de agua no superaba mi altura, mojaba tan escasamente que la tarea era tan heroica como absurda. El fuego estaba a 50 metros, comía los pinos de la casa del vecino, subí a la cuesta en la que el fuego se arrimaba como un charco. Una manguera negra se había quemado, el agua aunque escasa salía, la tomé y comencé a mojar los pinos. El viento cambió, el fuego comenzó a correrse hacia el norte, hacia la salida. Crucé la calle, tomé la manguera nuevamente, un auto se detuvo frente a la cabaña, un auto blanco, tal vez un Renault 12 que en su puerta tenía el logo de un noticiero TN. Se bajan del auto dos personas, uno con una cámara, otro con un grabador, la situación era tan disparatada que no recuerdo lo que me preguntaron ni las respuestas, se que se vio en un canal de Córdoba, o alguien dice que lo vio y yo le creí, en todo caso el fuego se alejó gracias al soplo imprevisto. Esa noche cenamos en Los Aromos, un par de días después nos mudamos a La Rancherita, quemada y su pesar prometedora. Por la ventana del dormitorio de la cabaña de troncos vi caer nieve en La Rancherita, vi caer nieve por primera vez en mi vida, eran copos muy blancos, suaves se depositaban en el techo de chapas del piso inferior, sobre el piso del deck, sobre la copa de los cipreses junto al arroyo. La desperté comentándole la novedad, era temprano, tal vez las 8 de la mañana, el caño de la salamandra estaba todavía caliente, está nevando, vení, está nevando. No me creyó, claro que no me dijo "no te creo", fue una frase más determinante, una queja, como la de quien es es despertado muy temprano con una novedad poco creíble. El día anterior ella me había comentado lo lindo que sería ir a ver la nieve, comentario que hizo poco creíble mi anuncio en aquella mañana de independencia patria. Parecía una broma, no era. Cuando miró por la ventana duplicamos el asombro, nos vestimos rápido, bien abrigados, tomamos la cámara de fotos y salimos a caminar, el paisaje era hermoso, la nieve cubría todo con una capa gruesa, hacía varias horas que nevaba con intensidad. Era el invierno, 9 de julio de 2007, el invierno que nunca soñamos vivir, con nieve. Unos años atrás había quedado el intento, la intención, de comprar un terreno en la base del Cerro Catedral en el verano de 2003. Nuestras vacaciones de aquel año comenzaron a fines de diciembre de 2002, la dirección: el sur. Llegamos a Bariloche luego de hacer carpa una noche en Las Grutas, otra en Playas Doradas, cerca de Sierra Grande, un intento de acampe en Península Valdez, y alguna noche en Puerto Madryn. Cruzamos la meseta patagónica desde Madrýn hasta Esquel, dormimos en el Parque Nacional Huechulaufquen, llegamos al Camping Petunia. En esos días recorrimos inmobiliarias, en una de esas vimos el cartel del terreno del Catedral. Fiel a nuestro estilo fuimos a visitarlo, hermoso, no tanto como la municipalidad a la que concurrimos un par de veces para averiguar datos que nos confirmasen la posibilidad de construir cabañas, visitamos dos constructores de cabañas, el deseo viento en popa. Era posible, hasta el precio del terreno esta posible, 18.000 dólares. Regresamos a Buenos Aires, estaba por nacer Mateo, el segundo hijo de Pepo, a su vez segundo hijo de Graciela. A los pocos días salimos nuevamente hacia Bariloche, esta vez teníamos un destino preciso, una tarea concreta. Mismo viaje, mismo camping, misma inmobiliaria, pero no el mismo precio: 25.000 dólares. Hicimos cuentas de lo que teníamos y lo que no, imaginamos la posibilidad de un préstamo, no imaginamos que los inmobiliarios nunca responderían a nuestro pedido, el terreno había salido de la venta, nadie nos lo comunicó, sólo desapareció el cartel de la vidriera. El terreno no estaba a la venta, ya no tenía precio, el dueño prefería esperar, que la situación del dólar, la del país, la del extranjero, la de los bonos, la de los otros. En el camping empezamos a tener frío, fruto de la decepción tal vez, por qué hacía apenas unos días atrás hasta nos habíamos metido en el agua helada del Nahuel Huapi y ahora no podíamos dormir. Regresamos. Llegamos a Spegazzini a fines de enero. Ella. menos poética dice que no podíamos dormir porque el frío era muy intenso, porque no podíamos ni asomar la cabeza fuera de la carpa. Tiene razón, el regreso no fue tan sólo fruto de la decepción. Cualquier humano normal, luego de viajar en un mes unos 10.000 kilómetros en un mes, se hubiese decidido a aprovechar los últimos diez días de vacaciones sentado en una reposera frente al mar, en cualquier playa bonaerense. Salimos hacia Córdoba una vez repuestos de los viajes al sur, es decir a las 48 horas. Teníamos unos 1o días de más peregrinaje antes de retornar a los conchabos educativos. En estos desaforados días de la primavera de 2012, avanzamos raudamente en la lectura de Proust, y vimos la bella y dolorosa Satántángó, dirigida por el húngaro Bela Tarr, 450 minutos de imágenes impactantes como la lluvia y la humillación de sus personajes o debería decir personas. Ella acaba de terminar La Grande, de Saer, afirma que es su mejor novela, me compromete a leerla. En estos días de sierras, luego de tantos meses de encierro en el departamento, renacemos. Alejandro, el jefe comunal nos ha invitado a su casa a comer paella, exquisita, en días previos lo agasajamos con pizza casera, él hizo su aporte con una bondiola de cerdo, de su propia factura, tomamos cerveza aunque no la Brausen, nos conformamos con una industrial Stella Artois. Prometemos que en el próximo viaje a las sierras, es decir en nuestro regreso a casa, haremos cerveza colorada, mejor que la que Marcelo y César trajeron hace unos días, la fabricada por los alumnos del curso de Cibart, todas coloradas, todas diferentes, sabores extraños, aunque sirvieron esos cinco litros para acompañar el pollo tan exquisitamente adobado por César. Son amigos de las sierras. Nos ha visitado Marcelo Riuz, con su abrazo fuerte y simple. Hemos dejado las tareas encomendadas a