jueves, 14 de mayo de 2009

Hipócrates (relato de Ricardo Murúa)


Fumemos otro cigarro para estar seguros, ¿le parece jefe? Linda noche para ser verano, fresca, sin bichos, pensar que por esta misma avenida yo pasaba de muchacho, en bicicleta, rumbo a ver a una novia que tenía en aquellos monoblocks, aquéllos que parecen barquitos. Créame que estaba tan oscuro como ahora, yo pedaleaba camino a las lucecitas en una bici francesa de media carrera con seis cambios, ¿puede creerme que nunca pinché una goma?, qué sé yo, déjeme ver, tenía diecinueve años. Estaba en segundo año más o menos. Cómo cambia la vida, cómo cambia la vida, pensar que en aquellos años le escapaba a la cana como al laburo, míreme ahora charlando con usted lo más pancho, haciendo obras de bien. Sabe quién me enseñó a hacer estas paraditas? No se va a imaginar, usted lo conoció, el Dr. Di Sancio, el viejo, fue mi primer jefe de guardia en el Churruca. La primera vez me dijo, cuando me vio medio helado, me dijo: pibe si no sirve para esto no sirve para nada. Había hecho parar la ambulancia en un descampado, por Villa Lugano, el chofer apagó las luces, él se bajó y se puso a charlar con el del patrullero que venía de custodia, yo lo miraba por el espejo, se puso a fumar con el oficial, como yo ahora con usted. Supongo que habrá mirado estas estrellas muchas noches. Era un tipo especial Di Sancio, los pacientes lo adoraban, una vez hizo una traqueotomia con el canuto de una Bic, arriba de una ambulancia camino al Parroisiens. Falta poco jefe, ya vamos, ¿quiere otro?, sírvase, espere que le llevo uno a mi pibe, ya vengo.
¿Algún problema Gómez?, porque si lo tiene me lo dice, sin pensar en las jerarquías, nos vamos, y cumplimos con nuestro deber. Ah, bueno, porque éste es nuestro deber, no sé si somos claros, hacemos lo que podemos cuando se presenta la ocasión, en la Academia de Policía esto no se lo enseñaron, claro, esto se aprende en la calle. Nosotros no matamos a nadie, brindamos custodia a ese pobre tordo que se juega por sus pacientes, vamos, ríase che, que ahí vuelve. Y Doc, ¿cómo va eso?
Bien Miranda, lento pero seguro, es cuestión de unos minutitos más, ya lo tenemos, duro el tipo, sabe. ¿Que qué dice mi pibe? Nada, está escuchando Vélez-Rácing y hablando con la novia. Usted vio que la nueva muchachada se toma todo tan, digamos, con más naturalidad, ¿cree que me preguntó algo?, todo bien me dijo, vaya no más Doc, me lo dijo con el pulgar levantado. Pero tal vez, Miranda, hemos cambiado todos, ellos y nosotros, todo se hace con más soltura, el bien y el mal, se hace sin tantas vueltas, no como cuando nosotros éramos jóvenes como su ayudante y mi doctorcito. Haría falta un traguito de ginebra. Miranda, ¿ usted sabe la guita que le ahorramos al estado con estas paraditas?
Doc, ya se fue, ¿lo quiere ver? La ambulancia es un chiquero.
Pibe, nosotros no limpiamos la ambulancia, salvamos vidas, cuando podemos. Dígale al chofer que ya nos vamos. Bueno Miranda, fue un placer otra vez salir con usted, la próxima prometo no olvidar la ginebra.
Prefiero whisky doctor, si no es molestia. Nos vamos Gómez, mucha sirena y a fondo hasta el hospital, y cambie esa cara, es una orden.
Daniel, ¿Vos viste esta noticia?, es horrible, te leo, escuchá: “Cazador cazado. Agredida sexualmente, en un ataque de epilepsia secciona el pene de su atacante. El violador fue trasladado de urgencia al hospital Churruca,  en el trayecto murió desangrado pese a los esfuerzos del personal médico que lo atendía.” Es horrible, ¿Fue en tu turno?
Papá. ¿hoy tenés guardia otra vez?
A ver si mis dos gorditas entienden que el Dr. Frankenstein hasta el lunes tiene franco y me dan un ataque de besos y almohadazos, acuérdense que la última batalla la ganó el hombre de la casa, y prohibido hacer cosquillas ya saben.

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