jueves, 20 de noviembre de 2008

El ocaso de Maradona (relato de Ricardo Murúa)


Ella tiene la mano de él entre sus manos, sobre el mantel amarillo que se cruza encima del mantel bordó, en el que reposa el cenicero con tres cigarrillos apagados, aplastados que despiden mal olor; pero ellos no se dan cuenta. Ella le habla de las bondades del departamento que visitó esa tarde con sus padres. Es luminoso, sé que te va a gustar; tiene dos ambientes y una cocina bastante amplia, eso es lo primero que mamá miró. El dormitorio no es ni grande ni chico, va a caber la cunita de la nena o nene. No lo saben porque decidieron ignorar los resultados de la ecografía que demuestra que van a tener una nena porque aquella noche no se cuidaron como es debido en la playa, en la carpa, en verano; y ahí están, con la fecha de casamiento encima. Y él que no se decide cuando ella le pregunta, qué te parece, lo hacemos en el club de bancarios de papá, él ya averiguó y creo que lo señó; qué te parece.

Dos gaseosas frías, una lima-limón y una tónica, por favor. Nada más la mano de ella se suelta para tomar la copa que él no levanta porque aún no la llenó, ocupado en algo que aparece sobre su cabeza, detrás de la cabeza de ella que le dice qué, tengo algo mal en el pelo, es que no tuve tiempo de ir a la peluquería, mamá reservó el turno pero nos atrasamos mirando las cortinas. Si tus papás van a venir para el casamiento se pueden quedar en la casa de mi hermana que tiene lugar, a vos qué te parece, es grande; papá ya arregló todo. Y el mozo que mira lo mismo que él mira, pero el mozo no mira por sobre la cabeza de ella porque está en un ángulo diferente al de él; por lo que ella no le pregunta al mozo, se lo pregunta por segunda vez a él; Sergio, qué tengo, qué tenés que mirás así.

El mozo deja la bandeja sobre el mostrador y agarra la servilleta con las dos manos; ella le toma otra vez la mano a él, pero él la abandona como el mozo a la bandeja, los dos en un estado especial de tensión. Sergio y el mozo, el mozo y Sergio no se miran, ambos miran ese objeto convocante  que Sandra no ve porque está de espaldas, la única ubicada  de espaldas al Philco del boliche de la esquina de la facultad. Ese artefacto en el que todos miramos cómo el 10 va a patear el penal. Te imaginás Sergio cuando empiece a dar pataditas. Todos miramos la pelota; estás hecha una pelota nena, me dijo el otro día la tía Susana. Amor, tomá la gaseosa que se entibia; en qué estás pensando que estás tan callado. Una pelota, a vos te parece.

El mozo se agarra la cabeza y lo mira a Sergio como pudo mirar a cualquiera. Sergio mira al mozo porque es el único mozo que lo mira. La pelota se fue muy lejos, por encima del travesaño, Sergio qué te pasa, decíme algo. Es el ocaso.Transcurren cinco segundos de silencio en el bar, en la ciudad.

Es el ocaso  Sandra, es el ocaso de Maradona.

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