jueves, 20 de noviembre de 2008

Jo,Jo,Jooo (relato de Ricardo Murúa)

 

Unas de las formas de tener fortuna cuando se es joven: ser único heredero de un padre o marido millonario, asesinarlo sin  dejar pistas y, luego de los necesarios intercambios con el abogado, disfrutarla. Si se es varón, el método se encuentra en la película Pacto Siniestro de Hitchcock, basada en una premisa  simple: el autor material del crimen no debe tener ninguna relación que lo vincule con la víctima. Aunque pongan atención, hay que corregir un detalle, en la película el plan es casi exitoso, y con el casi no alcanza.

 Si se es mujer hay que inspirarse en Perdición de Billy Wilder. En este caso ella se sale con la suya. Deberá encontrar a un promotor de seguros que se enamore perdidamente, que asegure a su marido por una cuantiosa suma y que lo mate. Todo a cambio de prometerle una vida juntos en una playa lejana. El promotor terminará muerto y la mujer descansará en los brazos de un joven apuesto que diseñó con ella el plan.

 

 Me pregunto si los millonarios habrán contado alguna vez la totalidad de  su dinero. ¿Cómo contar billetes hasta llegar a un millón? ¿Cómo no perderse en el camino y recomenzar una y otra vez?, en la cifra trescientos noventa mil setecientos por ejemplo, o en la novecientos setenta mil trescientos.

 

Si uno no tiene un padre o un esposo con gran fortuna, conviene nacer de nuevo reencarnando en una situación menos dolorosa, reencarnación que es tan improbable como que un grano de arroz haga equilibrio en la punta de una aguja. De manera tal, los caminos directos hacia la buena vida se cierran.

 

 Nuestro personaje es hombre y mantiene a su padre; entonces, aguza su fantasía mientras contempla la fachada vidriada del banco encaramado en el sitio exacto que antes ocupó un   antiguo bar.

Cuando el cuello se le agarrota  por la inclinación de la mirada tan oblicuamente puesta hacia arriba, cuando el ánimo le decae al ver a los guardias armados, tan armados, ingresar con unas enormes bolsas llenas a la bestia amarilla  blindada que ahora se cierra y se aleja veloz y pesada por la avenida, entonces baja la cabeza.

Ahora camina. Escucha el sonido que uno de los zapatos produce  un instante antes de quedar suspendido en el aire, ñac. Sin noción de la hora entra en una oscura galería comercial para hacer la llamada cuyo mensaje, aún indefinido, sea el pasaporte hacia  cierta libertad provisoria, por un día. Llama al banco.

- ¿Qué te pasó Lupo, estás enfermo? –dice el jefe que es más joven y ha hecho carrera velozmente.

- No, no estoy enfermo.

- ¿Qué te pasó entonces? –dice el jefe, con el mismo tono que podría haber usado si los dos estuviesen pescando en un lago, y la única pieza tomada en el día se le hubiese escapado a Lupo de adentro del bote.

-Es que me quedé sin  plata para tomar el colectivo- dice el que dejó escapar el pescado gigante, cada vez más gigante en el humor del jefe.

-Vos me estás cargando, tomáte un taxi, te espera el jefe de los cajeros- dice el que se tiró al agua para sacar al ex pescado.

-No,  no te estoy cargando. No tengo plata.

-Dejá de bromear, por favor –dice el jefe casi tomando al pez por la cola.

-No estoy bromeando -dice el nuevo cajero que ahora aleja el bote del lugar donde flota resignado el jefe.

- ¿Y cuándo te parece que vas a tener plata para venir a trabajar eh?

-Espero que mañana.

 El jefe corta.

 Lupo, que aún no cortó, sabe que mañana es sábado y disfruta. Compra un paquete de cigarrillos baratos de esos que no tienen sabor, de esos que sólo tienen humo para largar por la boca con desazón, de esos que tienen colillas para arrojar bien lejos desde la catapulta que forman los dedos medio y pulgar de la mano derecha, y acertar en los charcos de las veredas.

A la misma hora, tres  hombres y seis mujeres están sentados alrededor de una mesa redonda. Cuentan dinero una vez y otra vez, cuentan los billetes del fajo y lo pasan al de la derecha que los cuenta nuevamente. Nadie puede contar tanto dinero ajeno sin alucinar, sin descomponerse, o volar-como lo hace Jonathan Pryce en Brazil de Terry Gillian- con una saca desde el vigésimo piso. Diariamente  acceden  cuatro hombres, seis mujeres, y tres guardias. El que falta es el que hizo la llamada desde la galería oscura y miró desde la vereda de enfrente hace un rato nomás. Él, que entorpeció la tarea de recuento de dinero que se hace por parejas; él, que ha contado tantos millones sin errores; él, que ahora se aleja pensando cómo seguir; él, que hoy fue ascendido a cajero.

 

 

El personaje de este relato se llama Lupo, ya lo han deducido leyendo el diálogo con el jefe. El nombre  es arbitrario y no hace a la trama, asi que no le presten atención, tal vez lo cambie cuando se me ocurra uno mejor.

Le diré a Lupo que esta noche vea El socio del silencio, protagonizada por Elliot Gould y Christopher Plummer.. En su caso es la única solución. Allí un Papá Noel - Plummer- merodea el banco que planea asaltar, en un centro comercial. Adoro cuando agitando la campanilla grita Feliz Navidad JO.JO JO. El sonido del JO JO JO es grave y es el prólogo perfecto para cometer cualquier acto de maldad.

Gould es cajero del banco, como Lupo. Anticipa la intención de Papa Noel y  espera el día del robo con un plan ingenioso. Imaginen la cara de Plummer cuando, luego del robo, informan que el monto asciende a, por lo menos, cinco veces lo que él acaba de acomodar sobre la mesita de vidrio.

 

 Estoy seguro de que Lupo entenderá el mensaje. Por eso, se reintegrará el lunes al banco, llegará unos veinte minutos antes para darle todas las disculpas posibles al jefe, muchas disculpas. No estaría de más inventar una excusa delirante, es sabido que la verdad nunca convence a nadie.

 Deberá esperar unos meses  y mirar atentamente. Un día llegará su Papa Noel diciendo Feliz Navidad, JO JO JO.  Lo demás corre por su cuenta.


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