martes, 14 de octubre de 2008

Aniceto (relato de Ricardo Murúa)


 

El tipo se llama Osvaldo Aniceto, hijo de chaqueños muy mayores; anda por los cuarentitantos y hace poco acaba de casarse con una mujer más joven , hija de padres formoseños con mal de chagas, como ella que se ha enterado hace poco, y que por eso anda con un aparatito a cuestas que  mide el ritmo del corazón, un holter que al sindicato docente le cuesta unos cuantos pesos por día, pero para eso está.

El Osvaldo se ocupa de ocultar sistemáticamente el nombre Aniceto. Ella, de la misma manera se ocupa de revelarlo, en una especie de pública venganza, porque él es de lo más putañero, que no es lo mismo que mujeriego porque para mujeriego no le da el aspecto, ni lo ayuda el seseo al hablar que le ofrece un tono afeminado, bien en contrapunto con ese rostro que los ancestros tobas matacos  le legaron , sumado al corte policial de su pelo duro. Cierto es que la ginebra a toda hora y el Falcón verde agua full full,  nuevo, más de una vez casi lo eximen de desembolsar la plata para el encame; la ginebra porque le otorga apariencia de ser humano al ponerle una sonrisa, y el auto porque le agrega unos 20 centímetros que, sumados a los cinco de sus tacos y a su metro sesenta de origen, dan como resultado una estatura que en todo cabarute ayuda. Pero él garpa porque es penitenciario, condición que las turras intuyen y no perdonan.

Ellos tuvieron una hija, hecho que alegró al Aniceto porque contradice el mote de puto al que los presos le hacen honor a diario. A ella por el mismo motivo sumado a la seguridad de que él no podrá echarla de la casa que hicieron juntos en Ezeiza; más bien ella lo echa en cualquier momento que nunca va a llegar, pero por las dudas la Carolina es bienvenida, gracias a Dios dicen las consuegras chaco formoseñas unidas  tan sólo en los mates hipócritas y lavados de las tardes frente al tele gigante, orgullo de la parejita.

Ella no es mala chica dicen las vecinas; las vecinas tampoco son malas chicas dice ella, y se podría agregar que el mundo no está hecho de mala gente y está como está ya que no ser malos no los convierte en buenos, dice el capellán de la cárcel a los presos en la misa de la mañana,  y el Aniceto escucha mientras le suena el celular que debió apagar,  y el cura que lo mira con cara de orto; papá  no se  siente muy bien dice la madre y al apagarlo presiente que el viejo se murió, presintiendo muy bien.

 Se murió un gendarme retirado que supo pagarle el sexo a las indias con billetes de lotería; tomá tu plata que tiene mucho número, repetía medio en pedo lo que una india en Clorinda le decía devolviéndole el billete,  después de acoplarse. Tiene mucho número, no sirve. Dale que dale a la Bols,  cagándose de risa los gendarmes, la india medio en bolas con el billete de reyes en la mano. Se murió el papá de Osvaldo, dicen en la escuela las maestras compañeras de Aniceto, que a la tarde hace que hace de maestro, (y si el Osvaldo es maestro estamos jodidos, decía a veces el viejo cagado de risa). Y juntan plata para la corona las maestras; vamos chicas 8 cada una; yo te pago el lunes dice la secretaria que nunca paga y putean por dentro a la secretaria y al muerto porque lo velan en la loma del culo. Pero hay que ir,  dice la Directora que lee las puteadas; por eso es Directora;  se va sin chistar, pobre Osvaldo, che.

Le sale bien el papel de doliente al hijo del muerto, sin desaprovechar oportunidad de apretar de más a alguna de las presentes que se acercan a consolarlo y que se retiran prontamente a comentar la mano que se ligaron y el beso etílico  que les llegó en todos los casos muy cerca de los labios, ( habilidad de Osvaldo);  tan cerca de la boca, que su mujer, la Ulma,  que no es ninguna boluda, según ella, llora más de lo conveniente al darse cuenta, y se cuelga del hombro de un cuñado que antes supo cortejarla; todo esto frente al gendarme retirado, acostado y   muerto,  que con el correr de las horas despide olor a alcoholes varios, todos consumidos  antes  del infarto, mientras limpiaba el arma reglamentaria que la nación le entregó al retirarse.

Aniceto hijo mira al muerto Aniceto padre y piensa que por cinco días hábiles no tendrá que ver a los presos que lo humillan  ni a los chicos humillados. La mujer de Aniceto hijo piensa que por tres días hábiles no tendrá que soportar a los chicos a los que adora, sin contar a la Carolina. La mujer de Aniceto muerto piensa en todos los días hábiles y feriados que le tocarán vivir, después de 50 años,  sin ese viejo de mierda que le deja una pensión.

El  Aniceto vivo, el Osvaldo, se retira del velatorio a comprar cigarrillos, mañana cuando cierren el cajón va a ser jodido, piensa, y piensa que no vendría mal putarraquear un rato y pegarse una ginebra mientras arranca el auto y se aleja tarareando una de esas cumbias que nunca dejan de sonar en esos Falcon verde agua, full full, y a gas, claro está.

 

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