martes, 14 de octubre de 2008

Nikita (relato de Ricardo Murúa)



Nikita Serguélevich Jruschov o Nikita Serguélevich Jruschov o Nikita Serguélevich Kruschev  ( 1894-1971), político soviético, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) desde 1953 hasta 1964, y jefe de gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1958-1964).

 

Observaron la foto de ese señor parecido a un abuelo, leyeron el epígrafe, aprendieron que nació el 17 de abril de 1894 en una ciudad llamada Kalinovka en el seno de una familia de campesinos pobres; la mía no es tan pobre; pensó Daniel, por lo que consideró que llegar a ser primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964 y jefe de gobierno del mismo lugar entre 1958 y 1964 no le resultaría tan difícil como a este señor que se parece a un abuelo pero que se llama Nikita, y después qué complicado, Serguélevich y más aún Jruschov.

Desde otro lugar de esa casa grande llegó la voz del papá de Carlita; no hay nada que hacer, a este país de mierda lo parieron por el culo; los tres se miraron y se rieron; debe ser doloroso parir a este país de esa manera, dijo Carlita señalando el enorme país cuyo mapa estaba en la página 5, un país tan enorme que llevaría hasta semanas aprender los límites como los quiere el maestro, así de difícil.

Como todos los domingos, los tres niños regresaron del parque Rivadavia a eso de las 17 horas y, tirados en la alfombra recorrieron las tapas de las revistas que canjearon en un puesto que no era el de siempre, atendido por un hombre más joven que el de siempre, que con voz muy clara les dijo; Roberto se enfermó chicos, vengan se las cambio yo; si bien no era Roberto, ocupaba el lugar de Roberto bajo el enorme ombú que hasta hace unos días trepaban. Confían en el hombre que llena las bolsas con muchas revistas, esta vez más, más de las que siempre les daba Roberto y sin revisar las que ellos le traen, aunque algunas tiene mate sobre la cara de Superman que salva a la humanidad luchando contra Lex Luthor, un villano pelado como Nikita pero con cara de muy malo. Tantas nos da señor? Díganme Marcelo; tantas nos da, Marcelo; preguntó Juan sospechando que el flaco de barba negra les pedirá alguna moneda más condenándolos a patear las 14 cuadras que distan hasta la casa de Carlita, hasta la puerta que abre la madre, rubia como la campesina de la página 21, la campesina que sonríe al recibir el premio a la productividad de no se sabe qué cosa, hasta la puerta ubicada en el 753 de la calle Canalejas, ex Felipe Vallese, dirigente sindical fusilado en José León Suárez por la Libertadora en 1957, según la portada de otra revista con fotos blanco y negro, por cierto bastante distinta a la Linterna Verde que Roberto les reservaba, y muy distinta a las del Capitán América que decidieron rechazar desde la tarde en que el papá de Carlita declaró a ese monigote un imperialista de mierda. Lo decidieron sin entender muy bien lo de imperialista, pero si lo decía el papá de Carlita era suficiente.

Son muchas revistas Marcelo, no las podemos llevar; les doy otra bolsa Dani, tomá llevá, llevá.

Hoy hubo policía en el parque papi; cuenta Carlita cuando toman la merienda.

Los chicos no son codiciosos, cargaron las bolsas de revistas por el aire autoritario que se desprendió de esos cigarrillos negros peores que los Jockey que fuma Roberto, y sin hablar de esa barba negra parecida a esas barbas negras de unos señores vestidos de verde con habanos que posan con Nikita junto al camión cargado con un cohete más largo que el parque, en un parque donde mucha gente agita, aunque en la foto no se mueven, unas lindas banderitas rojas como si fueran de Independiente o de Argentinos Juniors, cuadros de mierda según el abuelo de Daniel que es de San Lorenzo. Y así, por esos milagros del colectivismo aumentan la producción y la existencia de revistas sobre la alfombra del amplio living, pasando de las habituales 30 editadas en México, con esos superhéroes que salvan a una parte de la humanidad, a estas 86 editadas en Moscú por la imprenta del Partido Comunista de la Repúblicas Socialistas Soviéticas, con otros superhéroes que desde el pensamiento de los niños, pretenden salvar a otra parte de la humanidad. Crecía el asombro mientras las Novedades de la Unión Soviética eclipsaban el dominio de Batman y su amigo de dudosa sexualidad, de Superman, ese histérico que jamás concreta su noviazgo con Luisa Lane, de La Mujer Maravilla, impotente monigote que se rinde ante estas jóvenes metalúrgicas ucranianas tres veces más grandes que la mamá de Carlita, que tienen la fuerza suficiente para levantar pesadas mazas, con pañuelos en la cabeza, y overoles grises que el estado les provee para que sigan trazando el futuro de la nueva humanidad, según dice en la página 51 del Anuario de las Novedades.

Todo esto sucedía mientras llegaba la noche del domingo, mientras los tres acomodaban las revistas en la biblioteca que el padre de Carlita les preparó en el garage, respetando el reglamento interno del grupo, cada uno elige un ejemplar para leer esa noche. Daniel evitará el tedio de las lecturas de Panoramas de América y el rígido control del abuelo, toma premeditadamente ésa con un osito en la tapa. Sabrá esa noche que Misha es ruso, y es tan buen oso que a través de las historias que narra da consejos a los ositos más chiquitos, organiza el salvamento de un ciervo herido junto a otros camaradas ositos y, en la última página, advierte que tan sólo la obediencia y el respeto a los osos mayores permitirá a todos los Misha llegar a ser tan fuertes, buenos, y sabios como el Gran Oso Ruso; colorín colorado no dice la revista que tiene ilustraciones hermosas, más hermosas todavía que las de Sandokan.

Y la noche avanza, atravesada la cama por enormes trenes siberianos que llevan mensajes de paz a todos los pueblos de las repúblicas; doblado el colchón por esos pesadísimos hornos que nos brindan el acero suficiente para hacer temblar al enemigo imperialista, dando bienestar a las masas, doblado por esas niñas tan rubias que hacen gimnasia colgadas de aparatos gigantes y cargadas de medallas, con esos culitos tan bien formados que hacen olvidar, rápidamente, las caídas nalgas de Gatúbela.

Pasaron los días y el intercambio reglamentado de Las Novedades en el garage de Carlita, otra vez es domingo; cargan las 86 revistas esperando volver con, por lo menos, 120 si los índices de crecimiento son los esperados como consecuencia del plan quinquenal que lidera Nikita. Algo se cruza en el destino triunfal de estos pequeños revolucionarios al llegar al parque, Marcelo no está; no va a venir más chicos, Roberto tampoco, yo qué sé qué hacer con esas revistas; dijo Pancho que sin sobresaltos vendía o canjeaba las Corín Tellado; quemarlas chicos, quemarlas. Déjenme de joder y váyanse.

No nos van a derrotar Clara, no van a poder; el padre de Carlita grita en la cocina; Clara arranca los libros de los estantes, los mete en bolsas; es una batalla nada más, hay que seguir.

En las facultades vuelan los bastones largos, en las fábricas vuelan los delegados, triunfó la Revolución Argentina, otra vez un general asalta el poder mientras La Nación sonríe.

Tirados en la alfombra, Carlita, Juan y Daniel vieron pasar el último transiberiano, el último cohete, al último barbudo, y a la última obrera, de la mano de Clara rumbo a la bolsa, rumbo al fuego.

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