martes, 14 de octubre de 2008

El negro de la kermese (relato de Ricardo Murúa)


El Negro no puede creer que la gorda tenga tanta puntería; no tiene manera de controlar la hora porque no puede ver el reloj en esa posición, con las manos atrás y sacando la cabeza por el agujero.  Calcula que hace más de 15 minutos que es fría y eficientemente peloteado en la jeta, en la kermese que se montó en la plaza de la estación del ferrocarril mal iluminada por esas bombitas de colores, lo que aumenta la incredulidad del Negro y la proeza de la gorda.

La gorda tiene tres nenes como ella,  no paran de reírse y de tomar gaseosas; está acompañada por un hombre  grande como un oso  que continuamente saca monedas del pantalón para que ella tire tres tiros por un peso, a cinco metros de distancia, detrás de un tablón. El oso lleva gastados más de 10 pesos, lo que hace un total de 30 proyectiles certeros y 10 ositos de peluche. Vos, pibe,  no tenés que esquivar los tiros; así le dijo el tano,  dueño de todos los puestos de la kermese, a la que el Negro fue la primera noche a gastar unas monedas;  terminó empleado porque las monedas eran pocas , porque las gastó todas y porque de letrista (de carteles, claro) no hay laburo.

Pero ahora, ignorando el contrato, a pocas horas de empezar a ser el Negro,  intenta mover la cabeza para esquivar esas pelotas de papel forradas con mucha cinta adhesiva , envueltas en   medias roñosas con muchos nudos,  que en manos de la gorda son  armas temibles. Intenta, pero el agujero es tan estrecho que no recuerda cómo metió la cabeza , cree que siempre la tuvo ahí,  y que el Oso jamás interrumpirá el movimiento de la mano que mecánicamente saca monedas del bolsillo derecho del pantalón.

Junta bronca el Negro de la kermese.  La Gorda convoca gente con su puntería y  la carcajada sostenida.  Calcula, otra vez calcula el Negro: esta debe haberse meado de tanto reírse, se acomoda demasiado el joggin, se agarra mucho la barriga entre tiro y tiro. Piensa, asqueado,  que con esas manos húmedas agarra las pelotas olorosas. Siente, indefenso, que la cara se le pone roja a fuerza de pelotazos, y de la bronca pasa, ligero,  al odio,  el Negro, que es negro a fuerza de corcho quemado, porque se acabó el betún dijo el Tano.

Ahora la gorda roza el sadismo, (lo practica aunque no sabe la palabra), o la hijaputez, que esa sí la sabe,   desafíando a la   gente con su puntería ,(nunca le gustaron los ositos), diciendo: ésta va al ojo izquierdo, ésta  a la nariz, ésta  a la frente, y acierta, acierta, acierta.; gorda puta , piensa el Negro, si no fuera por los 15 mangos ; pero el pensamiento se interrumpe;  una pelota le pega en los labios afirmando  para él , para todos y para siempre quién es  el Negro de la kermese de la plaza de la estación.

Hasta el Tano viene a ver qué pasa con el pibe. Por qué la gente se amucha en ese puesto que nunca tuvo tanto éxito, le comenta al socio, que le propone, rápido, contratar a la gorda de la puntería para alguna cosa que ya se les va a ocurrir; cuando de pronto sucede lo inesperado, lo excepcional, lo que no debió ocurrir; la gorda falla en el tiro 39, ( la lluvia en la quiniela, piensa el Negro), y el silencio domina la kermese; por unos segundos, porque la gorda reacciona  y grita, el Negro se movió, y lo repite, el Negro se movió, sin dejar de tirarle  todo lo que tiene a mano, pelotas, latas de gaseosa vacías,  ositos y una piedra grande  que los gorditos  solícitamente le acercan;  objetos que recuperan la certeza perdida.

Sangra un ojo del Negro pintado.  Está a punto, milagrosamente, de sacar la cabeza del agujero, cuando ve venir al Oso de las Monedas con su remera roja o es la sangre que hace todo rojo.  Por eso la mano cerrada que le pega en la nariz es roja, y la que ahora le pega en la boca también, como la que lo agarra de los pelos para que la otra  pegue más ; rojas  como su cara, que antes era negra de corcho porque no hay betún ,( da lo mismo),  y dice unas palabras  entre los dientes provisorios, flojos, en  su boca. Unas palabras rotas que el Oso sigue rompiendo. Unas palabras rojas que nadie  entiende, que lo único que dicen, y lo último, es que no se movió. 

 

 

 

 

 

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