domingo, 19 de octubre de 2008

Bellas Artes (relato de Ricardo Murúa)


Es la tercera y última vez que hará el intento de ingresar a la Academia de Bellas Artes de Viena. Atrás ha quedado Braunau con su padre en un cementerio y su madre cancerosa.  Se dirige con firmeza hacia el edificio disimulando  la pobreza de su vestimenta, casi harapienta, escudado en un cuadro envuelto en papeles rústicos que lleva debajo del brazo, cruzándole el pecho.

Sube las escalinatas de mármol e ingresa en el hermoso edificio. Recorre pasillos y se planta delante de una puerta altísima. Golpea y se anuncia. Espera con los ojos cerrados, no habrá otra vez se ha dicho a cada paso.

Entra a un amplio salón despojado de muebles, exceptuando aquella mesa del fondo y las cinco sillas ocupadas por cuatro hombres y una mujer, el jurado de admisión.

Próximo a su destino desenvuelve el cuadro, sin mediar saludos ni presentaciones porque ya se conocen, el aspirante y los jueces. Coloca el óleo en un atril que está a su derecha. Mira al jurado que a su vez mira el cuadro.

Transcurren exactamente dos minutos. La mujer, que se  halla sentada en el centro, quita la vista del óleo,  mira a los dos hombres de su derecha, luego mira a los dos hombres de su izquierda. No hay gestos ni palabras.

La mujer toma una pluma y escribe en un formulario. Lo firma y lo extiende al aspirante que lo guarda sin leer; que luego toma el cuadro y lo envuelve sin cuidado en los rústicos papeles, que gira y se retira, sin saludar, hacia la puerta.

En las escalinatas extrae el papel del bolsillo, busca con los ojos el lugar preciso, y lee: rechazado. Es la primavera de 1917. Cruza la plaza desbandando palomas.

Adolfo Hitler se encamina hacia otro destino.



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