miércoles, 15 de octubre de 2008

Mi abuelo odiaba a los curas (relato de Ricardo Murúa)


Mi abuelo odiaba a los curas, intentó con éxito sumarme a su sentimiento a fuerza de un relato persistente que padecí muchas tardes de mi infancia en aquel living en penumbras. Su madre agonizaba en la casa; mandado por el padre a buscar al sacerdote corrió muchas cuadras hasta la parroquia, 25, desde Bilbao y Directorio hasta la iglesia de Flores. El párroco le preguntó si había traído transporte, carro, caballo, algo; mi abuelo niño no respondió, le faltaba el aire; sin transporte no hay sacramento; de espaldas escuchó el portazo, bajó la escalera a los saltos, cortó camino por Pedernera, 21 cuadras esta vez.


Caminé muchas veces reproduciendo ese recorrido de miedo, de impotencia, de ahogo; ese recorrido aprendido de memoria en la penumbra a la hora del mate cocido, lamentando la derrota de las dulces a manos de las saladas.


Llegó a la casa, mi bisabuelo estaba sentado en el cordón de la calle llorando, prefiero suponer que ese llanto le causó más dolor que el cuerpo muerto de mi bisabuela sobre la cama, más dolor, es decir, más odio, y más odio sumaba ante cada relato semejante y reiterado.

Me asombraba el énfasis que ponía en cada palabra, en cada gesto; yo podía ver al cura, agitarme con la carrera de ida, morir en la de regreso, ver a su padre con las manos gigantes tapándose el rostro, eso sí, nunca pude ver a la muerta; en ese punto su relato tenía una falla, aquella imagen no me llegaba, esa parte endeble ponía en duda, no la veracidad, sino el propósito de su obsesión porque, en tal caso, estaba destinado a alimentarse a sí mismo, no a torcer mi ingenuidad acerca de los curas y sus crímenes; no era una estrategia de adoctrinamiento sino una rutina llorosa y lastimera.

Entre las sentencias de mi abuelo una era su preferida; los llaman curas y son la causa de todos los males; así fueron mis lecciones de religión en aquel departamento oscuro. Al poco tiempo el catecismo riguroso se sumó a sus intenciones con aquel hecho, demostrando su capacidad didáctica, ateizante.

Cinco años después de la muerte de su madre falleció el padre a causa de un infarto, cuando intentaba levantar con mediano éxito un caballo para ganar una apuesta. Mi abuelo fue a buscar al párroco, esta vez en carro. Cuando el cura se acercó a mi bisabuelo para oficiar la extremaunción, percibió que eso en la cama ya estaba muerto y fuera de su incumbencia; se volvió hacia el adolescente exigiendo una explicación, en el momento en que una pala ancha llegaba por el aire a estrellarse en su frente. Desmayado y sangrando lo cargó en el carro, llegó a la parroquia, lo arrastró hasta el altar, se arrodilló, rezó por última vez y también lloró. Tenía 16 años.

 

 

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